El reciente anuncio del Ministerio de Economía acerca de que, a partir de enero de 2022, se dejará de aplicar derechos de exportación sobre los servicios es, sin dudas, un paso en el sentido correcto.
Para entender su importancia conviene ver el contexto: el cuarto trimestre de 2020 fue el décimo período consecutivo de caída en las exportaciones de los servicios basados en conocimiento. El valor exportado en 2020 fue de U$S5.650 millones, U$S400 millones menos que en 2019, lo que representa una caída del 6.5% anual. Este dato es muy preocupante, ya que se produce en un marco de crecimiento sostenido del comercio mundial, tendencia que nuestro país está desaprovechando.
En 2020, la exportación de servicios basados en conocimiento alcanzó un récord histórico de participación, con el 11,15% del total mundial, lo cual implica un fuerte incremento de 0,8 puntos para un solo año. Para sensibilizar este dato, países como Polonia aumentaron sus exportaciones en U$S2,5 mil millones de dólares solo el año pasado.
Si la Argentina hubiera crecido al ritmo del promedio mundial en la segunda década de este siglo, el Banco Central habría ingresado 12 mil millones más de dólares, y se habrían creado cien mil puestos de trabajo que hoy “migraron” a otros países. Nuestras exportaciones anuales de servicios de conocimiento estarían próximas a 9 mil millones de dólares, 3 mil millones más que las registradas en 2020. Este es el “valor no creado” por la Argentina, que dimensiona el tamaño de la oportunidad perdida.
Ningún otro segmento de la economía tiene la capacidad de transformación de la economía del conocimiento. Estas industrias traducen educación en empleo de alta calidad, empleo en exportaciones y exportaciones en ingreso neto de divisas. Además, son una fuente genuina de recaudación fiscal, de implantación federal y de alcance inclusivo, ya que ocupan más del 50% de empleo femenino en la mayoría de sus actividades.
El anuncio del fin de los derechos de exportación sobre los servicios es un paso positivo, que nos va a devolver un grado de competitividad tanto monetario como simbólicoAdemás, muchas industrias del conocimiento, como la informática y los servicios profesionales, crecen con muy baja inversión de capital. Su recurso clave es el talento humano, por lo que su desarrollo no está atado a una “lluvia de inversiones” como requieren otras industrias, como las energéticas, manufactureras o automovilísticas, ni necesitan la construcción previa de costosas infraestructuras, salvo las redes de conectividad.
La Argentina necesita apostar por el conocimiento como recurso esencial de su desarrollo futuroEsta situación interna contrasta con las tendencias globales. Hoy, los países luchan fuertemente por la atracción de las industrias del conocimiento. Sus ofertas de radicación de inversiones son el resultado de un intenso trabajo público-privado por proveer condiciones competitivas y sustentables para las empresas.
Director ejecutivo
de Argencon